Antes de la irrupción
de las creencias y costumbres judeo cristinas en los diferentes pueblos que formaban
lo que hoy conocemos como Europa, las mujeres no eran simplemente una posesión
del hombre o un objeto de ornamentación en los salones. Según en qué pueblos,
eran las sacerdotisas, las que ejercían la medicina, las había filosofas, y se
encontraban mujeres en todas las ramas del saber-
¿Todas las mujeres?
Evidentemente, no. Pero no conviene olvidar que tampoco todos los hombres se
dedican a quehaceres intelectuales.
Generalmente, en
todas las civilizaciones el poder religioso y el poder temporal han actuado en
connivencia, reforzándose en un bucle continuo. En algunos países se ha roto
este nexo, en otros se está en proceso de romperlo, y, en ambos casos,
con reticencias muy fuertes, y en otros muchos esta unión sigue en plena vigencia.
Retrocedamos unos
siglos. Constantino ha declarado el cristianismo como religión del imperio
oriental. Los bárbaros han asolado el imperio romano occidental. La cultura se
ha refugiado en lugares cerrados, y bajo el amparo de la cruz. Los nuevos
propietarios son los señores feudales, que también se han convertido para poder
sojuzgar a los campesinos, convertidos en siervos, y la Iglesia gana poder, con
unos teólogos imbuidos de una misógina importada, y ajena a la cultura
occidental, pero muy conveniente a las élites.
Por una parte,
teníamos a gente mezquina, ignorancia, superstición, misoginia, y miedo a
perder su papel preponderante y su influencia en la sociedad.
Por la otra, teníamos
los restos del mundo de la cultura, con un grupo de mujeres que no se
resignaban a ser pertenencia de otras personas, que querían seguir pensando por
sí mismas.
La tormenta
perfecta. Una situación en la que tenía todas las de ganar la incultura, la
superstición, y la misoginia ya que reforzaba al Poder.
Se establecieron
unos mecanismos represores terribles, suficientes para avergonzar al género humano
para haberlos establecidos, algunos de los cuales permanecen formalmente hasta
la actualidad, con otro nombre y sin respaldo legal para aplicarlos.
A las mujeres que
se atrevieron a oponerse a los despóticos mandatos de la Iglesia y sus
cómplices del Poder Temporal se las tiló de brujas, de amantes del diablo, de
realizar todo tipo de actos contrarios a las “leyes divinas, cuando, en
realidad, su único pecado era intentar pensar por sí mismas.
Todas las malas
pasiones, los bajos instintos, las represiones sexuales, y la ignorancia se
aliaron con el Poder para reprimir cualquier atisbo de libertad intelectual o
física. Se inventaron reuniones inexistentes, donde, según esa gente obsesa, las
mujeres se reunían para adorar al demonio, cuando, si hubiesen existido, se habrían
reunido para sentirse libres intelectualmente (que es la autentica libertad, y
no la espúrea de beber cerveza en tiempo de pandemia).
A esas inexistentes reuniones, que sirvieron de pretexto
para tanto dolor, para tanta venganza personal, para tanta tortura, las
llamaron aquelarre.
En el mes de
noviembre del año 2021 del siglo XXI, un descendiente directo de aquella
caterva que intentó cercenar el pensamiento a costa de asesinatos, califica el
encuentro de cinco mujeres, en pro de aunar sus criterios en una propuesta
política que a su parecer podría mejorar la sociedad, de aquelarre.
Creo que no hace
falta calificarle, lo hace muy descriptivamente él solo.
Por último, y ya
que ha venido a colación, creo que sería conveniente recordar que, hasta la
actualidad, excepto algún caso clamoroso como el de Galileo, ninguna
institución ha pedido perdón por estas atrocidades.
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