viernes, 18 de mayo de 2018

Me duele el mundo



Hay días que creo que no merece la pena que un primate se enderezara y se pusiese a andar. Esta semana, está llena de  ellos. Para comprenderlo, no hay más que abrir un periódico, escuchar un informativo, o entrar en las redes sociales.

Un americano todopoderoso quiere incendiar el mundo, y toma una serie de decisiones que hacen inevitable  la exaltación de los ánimos, la violencia, y, por tanto, las matanzas.

¿Tan necesario es que el comercio de  armas se deshaga de sus stocks en una guerra?, ¿Tan seguro está de que esa guerra se localizará en el  oriente cercano?

Su estrategia, si es que se le puede llamar así, y no llamarle los caprichos interesados de un delirio, resulta, cuanto menos, temeraria. Agitar las exacerbadas pasiones en este entorno puede traer consecuencias universales, y expandirse de forma totalmente incontrolada.

No pretendo ser imparcial o equidistante, me horroriza el terrorismo, especialmente el indiscriminado, pero más me horroriza el terrorismo de estado. Puedo entender el derecho a defenderse de las personas, e, incluso, haciendo un esfuerzo mental, de un estado, pero siempre con una fuerza proporcionada. Sin embargo, esta respuesta desproporcionada puede llevarme a  tener una visión desenfocada  de la situación. Es posible que esté equivocado, pero, como siempre, reivindico mi derecho a opinar, y, por tanto, a errar en mis juicios.

Israel es un polvorín, con un gobierno sionista de extrema derecha, que se sabe impune por la mala conciencia europea por su posición en el Holocausto, y por el apoyo incondicional de los Estados Unidos, que veta todas las resoluciones de Consejo de Seguridad  de la ONU. Además, son el pueblo elegido por Dios, y, en consecuencia, cualquier actuación es por ello justificada.

¿Entonces, los pueblos árabes son las víctimas de los malvados judíos? Tampoco es tan clara la cosa. A pesar de la historia oficial de que el pueblo judío tuvo que abandonar Israel en la diáspora, lo cierto es que siempre han habido judíos en Palestina, que estaban allí junto a los palestinos, también que durante el periodo Nazi fueron bastantes las familias que regresaron a su tierra ancestral. Tampoco es menos cierto que compraron grandes extensiones de terreno a los propietarios árabes, y que, gracias a esas compras, lograron ocupar una extensión considerable de terreno.

Después, las dos facciones terroristas, la árabe y la sionista, se dedicaron a asesinar a rivales, y, de paso, a los que se encontraban por allí.

El resto es cosa sabida: La votación del reconocimiento del Estado de Israel; las guerras iniciadas y perdidas por los árabes, que redundaban en la ampliación de las fronteras israelitas,  desoyendo las disposiciones de la ONU al respecto (con la inestimable colaboración de los EEUU);  y las Intifadas. A pesar de escaramuzas, bloqueos, algunos misiles contrarrestados con incursiones, siempre en detrimento del pueblo palestino de la franja de Gaza, la situación, aún dentro de la conflictividad, permanecía en un equilibrio muy inestable, pero en equilibrio. Cuando a ningún estado se le ocurrió reconocer a Jerusalén como capital de Israel, para evitar un nuevo motivo de discordia, al Sr. Trump, no se le ocurre otra cosa que trasladar su embajada allí, dándole reconocimiento oficial a lo que los israelís decían en voz baja. Cualquiera que fuese capaz de conectar dos neuronas de su cerebro sabía de antemano lo que iba a ocurrir ¿Lo sabía Trump?

Creo que lo que voy a decir a continuación va a resultar muy ofensivo para muchos, pero no dejo de preguntarme ¿A algún progenitor no fanatizado se le ocurriría llevar a sus hijos pequeños a un lugar donde se sabía que iba a haber enfrentamientos armados? Con ello, no intento justificar, ¡ni mucho menos!, la actuación israelí y la decisión de utilizar munición real, pero sí introducir una reflexión en el tema de los menores muertos.

Pero las maniobras del  Presidente de los EEUU  en esa parte tan conflictiva del mundo no se reducen a este caso. Denuncia y deja sin efecto el pacto sobre temas nucleares con Irán, que fue tan difícil de lograr, anunciando, además, sanciones económicas a los países que incumplan sus disposiciones. ¿ A quienes? ¿A sus potenciales aliados, los europeos? ¿Quiere tener una excusa para invadir Irán y sus campos petrolíferos? ¿Quiere acabar con el Islam? Este desafío a la paz, aparentemente, es contrario con su acercamiento a Corea del Norte, a no ser que quiera tener concentrados a sus enemigos en una sola zona.

Pero también me duele el mundo por los atentados en París, y, sobre todo, en Indonesia, donde una familia al completo se inmola por una religión, para asesinar al mayor número de adeptos a otra religión.

¿Quién dijo que Dios es amor?

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