No tengo nada en
contra de las modas. Uno es libre de aceptarlas o no, según su sentido de la
estética. No acostumbro a llevar objetos fuera de las prendas habituales de
vestir, pero no por razones éticas o estéticas, solo es una cuestión de comodidad,
así que solo llevo un reloj.
Pero no quiero
referirme en general a las pulseras de hilos de colorines que, por una razón u
otra razón, proliferan. Me voy a referir a esas bicolores, rojas y amarillas,
que se han impuesto como símbolo de patriotismo y amor a España
Esas pulseritas
patrióticas como símbolo de amor por la tierra en que se nació, y que, según
algunos, da una superioridad moral, por haber venido al mundo en un determinado lugar del planeta y no en
otro, a pesar de que no comparta esa opinión, y, a pesar de que al leerme
piensen lo contrario, no me molestan. Simplemente, no siento ese orgullo, y no
me creo ni mejor ni peor que cualquier otro semejante que haya nacido en
cualquier otro lugar. Llegados a este punto, creo necesario hacer dos puntualizaciones
a) Me refiero, lógicamente, a quienes se sienten
orgullosos y creen que su lugar natal representa un plus de valores añadidos.
En modo alguno a que ese orgullo, y supuesta superioridad, les dé motivo para
agredir a un semejante por haber nacido en otro lugar o piense de forma
diferente en este tema.
b) A pesar de centrarme en los colores rojos y
amarillo, todas las consideraciones expuestas, son también aplicables a las pulseritas
de cualquier otro color, sean tricolores, cuatribarradas, con estrella, o sin
ella, e, incluso, si hay alguna a topitos. El motivo de hablar de la que
representa a la española es porque hay políticos españoles que hacen gala de
ella, y realizan actuaciones como la que expondré a continuación.
El PP, con su Presidente Nacional a la cabeza,
presumen de ser “españoles y mucho españoles”, cosa que también hacen los
políticos de C’s. Por mi parte, creo que si representan a una gran parte de los
españoles, conforme han demostrado las urnas, es lógico que defiendan su
españolidad.
El PP y C’s
muestran su disconformidad con el proyecto de los Presupuestos Generales del
Estado, consensuados por P(SO)E y UP, cosa normal, ya que ambas fuerzas
defienden un modelo diferente, a unos intereses diferentes, y a un nicho humano
diferente.
Todo, hasta aquí,
dentro de las más estrictas normas y procedimientos del sistema democrático.
Por mi parte, puedo estar o no de acuerdo con sus posiciones y/o con sus
argumentos. Pero se debe reconocer que ambos actúan, hasta lo expuesto aquí, dentro
de lo previsto, y asumen con la mayor agresividad parlamentaria las funciones
propias de la oposición en la que ambas fuerzas se encuentran.
La gran diferencia
es que, de una manera digna, C’s lleva su labor opositora en el Parlamento y en
los medios de comunicación del país. El PP, aparte de los medios
democráticamente aceptados, lleva sus quejas a foros internacionales,
contraviniendo el principio de lealtad democrática, que es y ha sido norma, y
que, nos guste o no nos guste C’s, hay que reconocerle que sabe en qué ámbitos
debe combatir la aprobación de los presupuestos, al tiempo que deja en
evidencia el triste y deplorable papel que asume el PP.
Cuestión aparte es
la excusa dada por el Sr. Casado: “No hablamos mal de España, es que la
queremos mucho y la defendemos de unos malos presupuestos”. Sinceramente, a mi
me suena a eso de: “Le pego por que la amo”, como dicen los maltratadores.
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