viernes, 21 de junio de 2019

Fascismos y Neofascismos




Creo que son preguntas recurrentes: ¿Por qué se llama neofascismo, si es el fascismo de toda la vida? O ¿Existen, en realidad, diferencias sustanciales que justifiquen el prefijo de neo? Ambas preguntas tienen una misma respuesta: las dos tendencias tienen los mismos orígenes, y se mantienen sobre las mismas bases, pero tienen al menos una diferencia notable.

En ambos casos, siempre se necesita de un “líder héroe”, que se enfrente al sistema. el cual no solo recibe el reconocimiento a sus supuestas virtudes, si no que él mismo se encarga de presentarse como el adalid de la nueva sociedad, llegándose a inventar un pasado glorioso, en general, injustificado.

No es suficiente tener un líder, aunque sí imprescindible, hace falta un objetivo a corto plazo con similitudes históricas o pseudo históricas, como puede ser el liderazgo mundial de otros tiempos pasados, y lleno de frases vacías que estimulen  las más bajas pasiones humanas, pero disfrazándolas como si fueran grandes gestas.

Claro que no podemos dejar sin citar la absurda creencia, hábilmente estimulada, de que haber nacido a un lado o a otro de una raya imaginaria pintada en un mapa es motivo de superioridad sobre los nacidos al otro lado de dicha raya.

Por último, pero también imprescindible, es buscar un enemigo contra el cual concitar el odio y acusarle de todos los males que acaecen. Dado el “valor” de estos paladines, resulta conveniente que estos enemigos estén en una situación precaria y de indefensión, siendo los preferidos para desempeñar esta función los emigrantes, tanto si son emigrantes económicos como si son políticos. También se pueden incluir en este grupo las minorías sociales, culturales, o de cualquier otra índole.

Todos estos ingredientes, que no son nuevos, y, por tanto, iguales en los fascismos que en los neofascismos, necesitan un caldo de cultivo para desarrollarse. Este caldo de cultivo es la masa amorfa, que no piensa, no lee, y, sobre todo, que no es capaz de analizar la información que tiene a su alcance.

Hasta aquí, las similitudes entre ambas nefastas creencias. La diferencia principal es más sutil y, generalmente, no es percibida por los seguidores, a pesar de que algunos de los dirigentes no dudan en citarla. Sin embargo, los medios nunca hacen de caja de resonancia.

Mientras los fascismos tradicionales, a pesar de sojuzgar a la clase trabajadora con sus leyes y favoritismos hacia las élites económicas, mantenían un discurso falsamente “obrerista”; o alardeaban de subsidios, que no eran más que limosnas, como si fueran avances sociales impulsados por ellos. De hecho, en España durante el Régimen del dictador fascista se hablaba del servicio público de salud o de las pensiones de jubilación como si los hubiesen inventado ellos.

En cambio, al socaire del “caramelo” de bajar los impuestos, los neofascismos se muestran en contra de cualquier tipo de servicio público, como pueden ser la sanidad pública, en la que son partidarios de la privatización de todo el sistema y del copago, no tan solo de los medicamentos si no de las visitas a los facultativos; de las pensiones de jubilación, con el fomento de planes privados de ahorro con la excusa de que las pensiones púbicas crean dependencias hacia el Estado. Pero ¿Qué clase de ahorro puede hacer a largo plazo un trabajador con precariedad laboral?

En cuanto a medidas laborales, abogan por el despido gratuito (el libre ya existe), poder contratar con remuneraciones por debajo de las fijadas en convenios colectivos, y reducción, cuando no supresión, de los subsidios por desempleo.

En conclusión, las motivaciones emotivas son las mismas, pero en los fines difieren, ya que los tradicionales eran un tanto intervencionistas en lo económico, mientras los actuales preconizan el liberalismo más salvaje y sin concesiones.

No puedo menos que preguntarme ¿Alguien en su sano juicio puede votarles? Me refiero a alguien que sea capaz de discurrir, aunque solo sea de forma muy precaria.


1 comentario:

  1. Con todo lo expuesto, me quedo con la pregunta final: "¿Alguien en su sano juicio puede votarles?". Ese es el quid de la cuestión.

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