viernes, 3 de diciembre de 2021

Sigo cansado y harto


No, no se me han pasado ni el cansancio ni el hartazgo. No ha habido ninguna causa que mitigara ninguno de ambos sentimientos. Antes bien al contrario, hay motivos para acrecentarlos.

La semana pasada expuse los principales motivos que me producen el cansancio. Ahora debo sobreponerme a él, para justificar, o, mejor dicho, explicar de forma racional y no visceral las causas que me hacen estar harto.

La razón es el creciente incremento del fascismo y el filo fascismo que se va percibiendo en la sociedad, y que se manifiestan a través de diferentes comentarios y actuaciones. Sin embargo, esta afirmación es muy general, y podría venir motivada por mi sensibilidad política.

Para evitar esa sensación, intentaré dar algunos ejemplos que corroboran mi afirmación.

Por una parte, el partido que oficialmente representa la más extrema derecha está sembrando dudas sobre la eficacia de las vacunas contra el COVID 19, para, de una forma sibilina, socavar la credibilidad de la sanidad pública. Fomentan y arropan de forma solapada todas las posiciones fruto de la incultura de negacionistas, anti vacunas, y todas las teorías conspiranoicas que circulan al respecto. No obstante, se conoce que sus principales dirigentes se han vacunado, y así lo han reconocido todos.

¿Todos? No, su portaestandarte, siguiendo su acendrada costumbre, dice una cosa que no se corresponde con sus acciones. En el tema de la vacuna, defiende el “derecho personal” a no vacunarse y a ocultar en qué situación de inmunidad contra la COVID 19 se encuentra cada individuo. Se puede llegar a intuir por sus actitudes que él no se ha vacunado. Cosa totalmente falsa, ya que se tiene constancia de que sí lo hizo. Claro que una actitud de ese tipo está en consonancia con su trayectoria personal. Sirvan como ejemplo estos tres casos: Defiende los valores castrenses, y, por su edad, le hubiese correspondido realizar el servicio militar obligatorio, pero fue pidiendo sucesivas prorrogas hasta quedar exento de la obligación de realizarlo. Es un ferviente defensor de la “familia tradicional”, pero tiene tras de sí un matrimonio roto. Y, como postrer ejemplo, clama en contra de los “chiringuitos políticos” y a favor de la empresa privada, pero él no ha trabajado ni un solo día de su vida en una labor relacionada con la producción, y siempre ha cobrado como cargos públicos, o a sueldo de partidos políticos. En relación con los “chiringuitos", él estuvo dirigiendo (es un decir) uno que, en el poco más de un año en el que se mantuvo al frente de la fundación, no realizó labor alguna.

“Casualmente”, cuando se le acabó esta bicoca abandonó el PP, partido que le había proporcionado la subsistencia desde su juventud, para pasar a dirigir, al menos como relumbrón, y continuar cobrando con cargo a los presupuestos del Estado.

Por otra parte, estoy convencido de que, a día de hoy, el único sistema que puede garantizar un régimen de libertades donde converjan las públicas y las privadas es una democracia parlamentaria representativa, donde puedan hacer oír sus voces todas las sensibilidades políticas, y con capacidad de gobernar en función de la fuerza que les hayan cedido los ciudadanos en las urnas. Sin embargo, creo deshonesto que un partido que se auto define como de centro derecha, por la ambición de dos de sus líderes, esté compitiendo para situarse más a la derecha que el propio partido que oficialmente representa la ultra derecha.

En sus intentos de desgastar al Gobierno, y al más puro estilo fascista, no dudan en mentir con burdas patrañas en temas como la pandemia, los datos del paro, o las tendencias del PIB. Se niegan a resarcir, al menos moralmente, a los cientos de miles asesinados o represaliados por la dictadura franquista, en tanto se obstinan en airear el espectro de ETA, que está o ha estado pagando en prisiones los crímenes y desmanes que cometieron,  y que ha reconocido sus errores pidiendo perdón.

Por desgracia, la extrema derecha, actualmente no hay otra derecha, está instalada en la bronca y el insulto. Actitud que produce un estado de crispación que contagia a los otros grupos, convirtiendo la más alta cámara de debates en un cotarro

La crispación y las actitudes ofensivas no se limitan a los representantes del pueblo. Contagia a este hasta alcanzar unas situaciones deplorables de enfrentamientos, donde el raciocinio se troca en insultos y descalificaciones.

No acaban aquí las actuaciones movidas por el ansia desmedidas de alcanzar el Gobierno. Han roto las más elementales nociones del sentido de Estado, incumpliendo la práctica de defender, o, al menos, no vituperar las acciones gubernamentales en foros extranjeros, no dudando en aliarse con países partidarios de restringir las ayudas a España para salir de la crisis provocada por la pandemia, y en hacer propaganda para que no aprobasen en el Parlamento Europeo las líneas que hacían viables los Presupuestos Generables del Estado.

No hace falta hablar del chalaneo para renovar algunos órganos fundamentales para la buena marcha de la nación, y del boicot a la renovación del Tribunal Supremo en total oposición a la letra y al espíritu de la Constitución.

Además de todo esto, se nos muere Almudena Grandes ¿Comprenden que esté harto?

 

 

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