Creo que es la primera vez desde que empecé este blog que no
he hecho coincidir el día contra la violencia de género con mi entrada semanal,
cosa aún más relevante dada mi acendrada defensa de la erradicación de esa lacra. Pero espero
que se me justifique dada la indignación que sentía por la burla sistemática al
Parlamento, tanto por parte del Gobierno como por parte del partido que lo
sustenta, y sus cómplices necesarios (obsérvese que hablo en plural).
Volviendo al tema de esta semana, puede el título del
escrito llevar a malos entendidos, pero mi idea, que espero saber transmitir,
es muy clara: Si la violencia de género “existe” es, al menos en España,
gracias a la labor de las feministas que lograron que esa reprobable conducta
dejase de ser un ”asunto interno familiar” para llegar a tipificarse como
delito.
Aunque nadie abiertamente deja de condenar la violencia de
género en su manifestación más extrema, como
es un asesinato, lo cierto es que hay un amplio espectro de la sociedad
que tiende a minimizar el problema, y a reaccionar, generalmente de manera
tibia, sólo ante los casos más sangrantes, limitándose a obviar el maltrato
psíquico, y a los micro machismos, alegando que se han disparado las denuncias
ante una legislación que es demasiado estricta en estos casos.
Ante este falaz argumento, se impone la realidad, que
es una mayor sensibilidad por parte de
las afectadas hacia estas conductas delictivas.
Valga como ejemplo que los países con mayor índice de igualdad, como son los países
escandinavos, son los que lideran el ranking de denuncias presentadas, en
contraposición con lo que ocurre en los países del Golfo Pérsico, donde la
mujer es un ser sin casi ningún tipo de derechos,y donde estos casos no quedan reflejados estadísticamente como denuncias ya que las conductas
atentatorias contra su vida y contra su dignidad personal, en general, no están
tipificadas como delitos. Por otra parte, la teoría de que se denuncian casos
de violencia de género para obtener ventajas a la hora de los divorcios, custodias
de hijos, o de cualquier otra índole queda deslegitimada por las diferentes memorias
de la Fiscalía, donde siempre se dan unos índices casi nulos al respecto.
También resulta muy importante señalar que, en muchos de los
casos, al casarse, un porcentaje importante de mujeres salieron del mercado
laboral, y que, actualmente, con la crisis, y la revolución tecnológica,
que afecta a casi todos los sectores laborales, hacen muy difícil, por no decir
imposible, reengancharse a una situación laboral que permitiese su
independencia económica.
Los principales problemas para erradicar la violencia de género
en España son la falta de interés real en
tomar medidas efectivas; de la carencia de medios materiales y humanos
para prevenir la violencia; que aún se cree en lo más íntimo que es un problema
familiar y no público; el conservadurismo patriarcal de muchos de los que
tendrían que tomar las decisiones para evitar que se puedan reproducir las
tragedias tan cotidianas de mujeres asesinadas, que no muertas; la actitud que ha tomado un amplio sector de
la Jerarquía de la Iglesia demonizando
las posiciones igualitarias, que, en parte, arrastran a un extenso sector de
nuestra clase dirigente y judicial, más proclive a seguir las creencias de esta
Iglesia que a defender los intereses de la sociedad.
A modo de reflexión final, me gustaría que leyeran el capítulo III de
la carta de San Pedro, que se lee en las bodas religiosas, y que puede dar una
visión de la razón por la que la Iglesia asume el papel de la mujer sumisa y
tolerante:
CAPÍTULO 3
Los
deberes de los esposos
3:1 También las mujeres sean dóciles a su marido,
para que si alguno de ellos se resiste a creer en la Palabra, sea convencido
sin palabra por la conducta de su mujer,
3:2
al ver su vida casta y respetuosa.
3:2 Que su elegancia no sea el adorno exterior
—consistente en peinados rebuscados, alhajas de oro y vestidos lujosos—
3:4 sino la actitud interior del corazón, el adorno
incorruptible de un espíritu dulce y sereno. Esto es lo que vale a los ojos de
Dios.
3:5
Así se adornaban en otro tiempo las santas mujeres que tenían su esperanza
puesta en Dios y respetaban a sus maridos,
3:6 como por ejemplo, Sara, que obedecía a Abraham
y lo llamaba su señor. Ahora ustedes han llegado a ser sus hijas, haciendo el
bien y no dejándose inquietar por ninguna clase de temor.
3:7 Los maridos, a su vez, comprendan que deben
compartir su vida con un ser más débil, como es la mujer: trátenla con el
respeto debido a coherederas de la gracia que da la Vida. De esa manera, nada
será obstáculo
para la oración.