Tengo la
desagradable sensación de que estoy asistiendo a un juego en el que, además de
espectador, soy una parte del premio, y en el que no puedo intervenir, además
de no comprender exactamente las reglas que rigen el su desarrollo.
El juego, por lo
que me parece entender, podría llamarse ¿Quién se queda con la culpa? Los jugadores son Pedro Sánchez y Pablo
Iglesias, y quizás algunos más en la sombra, en una especie de “Teatro negro”,
mientras que los espectadores-premio somos los ciudadanos españoles.
El fin del juego
consiste en convencer a los ciudadanos de que se quiere llegar a un acuerdo de
legislatura, pero echándole la culpa el uno al otro de no poder llegar a un pacto,
de forma que haya un gobierno progresista, como el quiere la mayoría; pero de
manera que parezca que es el jugador rival quien lo impide.
A simple vista
parece fácil comprender la mecánica del juego, pero hay una serie de jugadas
que nos tienen desconcertados, de ahí que no alcancemos a dominar las
vicisitudes y alternancias que contemplamos.
Estas son algunas
de ellas:
1)
Antes
de empezar a dialogar, se insultan, acusándose mutuamente de traicionar unos
pactos aún no establecidos, y mostrando una desconfianza que va más allá de la
cuestión política. En cualquier tipo de juego que conozco, si se está
convencido de que el rival va a hacer trampas, ya no se juega, pero aquí se
sigue con la negociación o el simulacro de esta ¿Qué se persigue? ¿Desconcertar
a toda la ciudadanía? ¿Un efecto hermanos Pimpinela?
2)
De
manera insólita, uno de los jugadores veta al rival en lo que parece el final
de la partida, dando lugar a lo que pudiera parecer un gesto de intransigencia,
y quedar como responsable de la ruptura. Sin embargo, el repudiado acepta el
rechazo, en un afán aparente de mostrarse como el conciliador y ganar el juego.
Incomprensiblemente, al menos para mí, contrarresta intentando imponer otras
condiciones que son rechazadas. Ante esa posición, se enrocan ambos
contendientes, alcanzando unas tablas. Ante el trabajo agotador de ver quién es
más intolerante, pero que, aparentemente, lo parezca el rival, se toma un largo
tiempo descansando, como si se encontraran en la mejor de las situaciones.
Pasado el rigor de
la canícula, ambos líderes consideran que el tiempo de inacción ha sido corto,
y continúan buscando el nirvana, en tanto que envían a unas camarillas de
inútiles como negociadores a seguir con lo empezado, y, al parecer, con el
mismo fin.
Conclusiones:
a)
Cada
vez están más cerca las elecciones, y no solo por los plazos legales.
b)
Ambos
dirigentes han demostrado su falta de categoría política para llegar a acuerdos
de Estado.
c)
Los
egos de ambos superan con creces su capacidad de entender las necesidades y
voluntades de sus votantes.
d)
El
desprecio que han mostrado ante los resultados de las urnas descalifica a ambos
como dirigentes democráticos.
Las únicas cuestiones que quedan por aclarar es si
alguno de los votantes del PSOE y UP volverá a votar a estos partidos si se
presentan con las mismas cabeceras de lista y a que partido votar en el caso de
que repitan.