viernes, 13 de abril de 2018

Del huevo y el fuero



El diccionario de la Real Academia de la Lengua española define la palabra ética como: “Del lat. ethĭcus, y este del gr. ἠθικός ēthikós; la forma f., del lat. tardío ethĭca, y este del gr. ἠθική ēthikḗ. Tras su etimología, y ya en la segunda acepción, especifica: “Recto, conforme a la moral”. Y por último, en su cuarta entrada: “Conjunto de normas morales que rigen la conducta de la persona en cualquier ámbito de la vida. Ética profesional, cívica, deportiva”.

Nos estamos acostumbrando, y, especialmente, se están acostumbrando nuestros dirigentes políticos a actuar en función de si un hecho es legal o no lo es. Pero, lo que es más inquietante, a hacerlo en función de si la sentencia es condenatorio o no lo es, sin que importe la causa de la no condena. Celebran igual si la absolución es por inocencia total, o por defectos formales en el juicio, o en su instrucción, o también igualmente por la  prescripción del delito. Para ellos, y, por desgracia, para los votantes, todo se queda en el veredicto, y no en las razones de dicho veredicto.

Por su parte, los partidos políticos, en general todos los partidos, en mayor o menor medida, utilizan la política que popularizaron los EE.UU. de: “He is a son of a bitch, but our son of a bitch”, amparando a aquellos que no obran rectamente, que delinquen, y manteniendo esta posición hasta que es completamente inaguantable para sus intereses. En ese momento, en el que dejan de ser útiles o se convierten en una rémora, los expulsan o los hacen dimitir, abandonándolos a su suerte, a no ser que dispongan del suficiente material sensible que pueda perjudicar al Partido, en cuyo caso se les apoya, de forma más o menos encubierta.

Me figuro que todo el mundo (bueno todo el mundo que lea esto) habrá adivinado a estas alturas que quiero referirme al caso del Máster de la Sra. Cifuentes como ejemplo típico, pero no único, en cuya trama no cesan de surgir cada día nuevas irregularidades. Algunas de ellas no pueden achacarse, por muy buena voluntad que se le ponga, a simples errores informáticos. No hablaré de firmas falsificadas, de reuniones que nunca fueron, o de “actas reconstruidas”, que pueden resultar delitos tipificados en nuestro Código Penal. Tampoco quiero entrar a valorar de quien es la culpa, si de la Sra. Cifuentes o de la Universidad Rey Juan Carlos, o de ambas partes, en mayor o menor medida.

Lo que resulta innegable es que la citada Sra. Cifuentes recibió trato de favor por ser ella quien era. Recibió trato de favor al poder formalizar la matricula fuera de plazo, y después de haberse impartido un trimestre del Máster sin su asistencia. Recibió trato de favor al eximirla de asistir a clase, a pesar de ser obligatoria la asistencia al 80% de las clases, como mínimo. Recibió trato de favor al no presentarse físicamente a los exámenes. Recibió trato de favor al cambiarle dos calificaciones, sin seguir el protocolo establecido.

Podrá alegar que ella no era conocedora de las falsificaciones, de los “fallos informáticos”, y de todo lo que parezca bien. Nuestra legislación, basada en el Derecho Romano, admite, en contra de lo que disponen otras doctrinas legales, que un procesado puede basar su defensa en mentiras y engaños. No se pone en duda que este proceder es legal. Pero ¿Resulta ético?

Indiscutiblemente, a fecha de hoy, la sra. Cifuentes es inocente. No ha habido ninguna sentencia, y, posiblemente, no la haya nunca, que diga que es culpable de nada. Pero también es indiscutible que se aprovechó de un injusto trato de favor hacia ella, y eso hace que sintamos asco y repulsión ante una parte de “los padres de la patria” ovacionándola, y arropándola ante su carencia de ética. ¿Qué clase de sociedad hemos alcanzado? ¿La del todo vale con tal de que no me descubran? ¿La del esfuerzo es para los otros ya que yo me puedo aprovechar de las circunstancias? ¿La que representa el oportunismo y la picaresca por encima del trabajo y el esfuerzo? ¿La de que las instituciones deben estar a mi servicio porque puedo otorgarles favores?

No quiero, repito, entrar en si su conducta es ilegal o no. No tengo potestad ni conocimientos suficientes para ello. Pero sí que le reprocho a ella, y a todos sus defensores, que sean incapaces de ver el grado de depravación ética en el que están sumidos, y están sumiendo al país.

 


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