Creo que son preguntas
recurrentes: ¿Por qué se llama neofascismo, si es el fascismo de toda la vida? O
¿Existen, en realidad, diferencias sustanciales que justifiquen el prefijo de
neo? Ambas preguntas tienen una misma respuesta: las dos tendencias tienen los
mismos orígenes, y se mantienen sobre las mismas bases, pero tienen al menos
una diferencia notable.
En ambos casos,
siempre se necesita de un “líder héroe”, que se enfrente al sistema. el cual no
solo recibe el reconocimiento a sus supuestas virtudes, si no que él mismo se
encarga de presentarse como el adalid de la nueva sociedad, llegándose a
inventar un pasado glorioso, en general, injustificado.
No es suficiente
tener un líder, aunque sí imprescindible, hace falta un objetivo a corto plazo
con similitudes históricas o pseudo históricas, como puede ser el liderazgo
mundial de otros tiempos pasados, y lleno de frases vacías que estimulen las más bajas pasiones humanas, pero
disfrazándolas como si fueran grandes gestas.
Claro que no podemos dejar sin citar la absurda creencia, hábilmente
estimulada, de que haber nacido a un lado o a otro de una raya imaginaria
pintada en un mapa es motivo de superioridad sobre los nacidos al otro lado de
dicha raya.
Por último, pero
también imprescindible, es buscar un enemigo contra el cual concitar el odio y
acusarle de todos los males que acaecen. Dado el “valor” de estos paladines,
resulta conveniente que estos enemigos estén en una situación precaria y de
indefensión, siendo los preferidos para desempeñar esta función los emigrantes,
tanto si son emigrantes económicos como si son políticos. También se pueden
incluir en este grupo las minorías sociales, culturales, o de cualquier otra
índole.
Todos estos
ingredientes, que no son nuevos, y, por tanto, iguales en los fascismos que en
los neofascismos, necesitan un caldo de cultivo para desarrollarse. Este caldo
de cultivo es la masa amorfa, que no piensa, no lee, y, sobre todo, que no es
capaz de analizar la información que tiene a su alcance.
Hasta aquí, las
similitudes entre ambas nefastas creencias. La diferencia principal es más
sutil y, generalmente, no es percibida por los seguidores, a pesar de que
algunos de los dirigentes no dudan en citarla. Sin embargo, los medios nunca
hacen de caja de resonancia.
Mientras los
fascismos tradicionales, a pesar de sojuzgar a la clase trabajadora con sus
leyes y favoritismos hacia las élites económicas, mantenían un discurso
falsamente “obrerista”; o alardeaban de subsidios, que no eran más que
limosnas, como si fueran avances sociales impulsados por ellos. De hecho, en
España durante el Régimen del dictador fascista se hablaba del servicio público
de salud o de las pensiones de jubilación como si los hubiesen inventado ellos.
En cambio, al
socaire del “caramelo” de bajar los impuestos, los neofascismos se muestran en
contra de cualquier tipo de servicio público, como pueden ser la sanidad
pública, en la que son partidarios de la privatización de todo el sistema y del
copago, no tan solo de los medicamentos si no de las visitas a los
facultativos; de las pensiones de jubilación, con el fomento de planes privados
de ahorro con la excusa de que las pensiones púbicas crean dependencias hacia
el Estado. Pero ¿Qué clase de ahorro puede hacer a largo plazo un trabajador
con precariedad laboral?
En cuanto a medidas
laborales, abogan por el despido gratuito (el libre ya existe), poder contratar
con remuneraciones por debajo de las fijadas en convenios colectivos, y
reducción, cuando no supresión, de los subsidios por desempleo.
En conclusión, las
motivaciones emotivas son las mismas, pero en los fines difieren, ya que los
tradicionales eran un tanto intervencionistas en lo económico, mientras los
actuales preconizan el liberalismo más salvaje y sin concesiones.
No puedo menos que
preguntarme ¿Alguien en su sano juicio puede votarles? Me refiero a alguien que
sea capaz de discurrir, aunque solo sea de forma muy precaria.