No, no se me han
pasado ni el cansancio ni el hartazgo. No ha habido ninguna causa que mitigara
ninguno de ambos sentimientos. Antes bien al contrario, hay motivos para
acrecentarlos.
La semana pasada expuse
los principales motivos que me producen el cansancio. Ahora debo sobreponerme a
él, para justificar, o, mejor dicho, explicar de forma racional y no visceral las
causas que me hacen estar harto.
La razón es el
creciente incremento del fascismo y el filo fascismo que se va percibiendo en
la sociedad, y que se manifiestan a través de diferentes comentarios y
actuaciones. Sin embargo, esta afirmación es muy general, y podría venir
motivada por mi sensibilidad política.
Para evitar esa
sensación, intentaré dar algunos ejemplos que corroboran mi afirmación.
Por una parte, el
partido que oficialmente representa la más extrema derecha está sembrando dudas
sobre la eficacia de las vacunas contra el COVID 19, para, de una forma sibilina,
socavar la credibilidad de la sanidad pública. Fomentan y arropan de forma
solapada todas las posiciones fruto de la incultura de negacionistas, anti
vacunas, y todas las teorías conspiranoicas que circulan al respecto. No
obstante, se conoce que sus principales dirigentes se han vacunado, y así lo
han reconocido todos.
¿Todos? No, su
portaestandarte, siguiendo su acendrada costumbre, dice una cosa que no se
corresponde con sus acciones. En el tema de la vacuna, defiende el “derecho
personal” a no vacunarse y a ocultar en qué situación de inmunidad contra la
COVID 19 se encuentra cada individuo. Se puede llegar a intuir por sus
actitudes que él no se ha vacunado. Cosa totalmente falsa, ya que se tiene
constancia de que sí lo hizo. Claro que una actitud de ese tipo está en consonancia
con su trayectoria personal. Sirvan como ejemplo estos tres casos: Defiende los
valores castrenses, y, por su edad, le hubiese correspondido realizar el
servicio militar obligatorio, pero fue pidiendo sucesivas prorrogas hasta
quedar exento de la obligación de realizarlo. Es un ferviente defensor de la
“familia tradicional”, pero tiene tras de sí un matrimonio roto. Y, como
postrer ejemplo, clama en contra de los “chiringuitos políticos” y a favor de
la empresa privada, pero él no ha trabajado ni un solo día de su vida en una
labor relacionada con la producción, y siempre ha cobrado como cargos
públicos, o a sueldo de partidos políticos. En relación con los
“chiringuitos", él estuvo dirigiendo (es un decir) uno que, en el poco más
de un año en el que se mantuvo al frente de la fundación, no realizó labor
alguna.
“Casualmente”,
cuando se le acabó esta bicoca abandonó el PP, partido que le había
proporcionado la subsistencia desde su juventud, para pasar a dirigir, al menos
como relumbrón, y continuar cobrando con cargo a los presupuestos del Estado.
Por otra parte, estoy
convencido de que, a día de hoy, el único sistema que puede garantizar un
régimen de libertades donde converjan las públicas y las privadas es una
democracia parlamentaria representativa, donde puedan hacer oír sus voces todas
las sensibilidades políticas, y con capacidad de gobernar en función de la
fuerza que les hayan cedido los ciudadanos en las urnas. Sin embargo, creo deshonesto
que un partido que se auto define como de centro derecha, por la ambición de dos
de sus líderes, esté compitiendo para situarse más a la derecha que el propio
partido que oficialmente representa la ultra derecha.
En sus intentos de
desgastar al Gobierno, y al más puro estilo fascista, no dudan en mentir con
burdas patrañas en temas como la pandemia, los datos del paro, o las tendencias
del PIB. Se niegan a resarcir, al menos moralmente, a los cientos de miles
asesinados o represaliados por la dictadura franquista, en tanto se obstinan en
airear el espectro de ETA, que está o ha estado pagando en prisiones los crímenes
y desmanes que cometieron, y que ha
reconocido sus errores pidiendo perdón.
Por desgracia, la
extrema derecha, actualmente no hay otra derecha, está instalada en la bronca y
el insulto. Actitud que produce un estado de crispación que contagia a los
otros grupos, convirtiendo la más alta cámara de debates en un cotarro
La crispación y las
actitudes ofensivas no se limitan a los representantes del pueblo. Contagia a
este hasta alcanzar unas situaciones deplorables de enfrentamientos, donde el raciocinio
se troca en insultos y descalificaciones.
No acaban aquí las
actuaciones movidas por el ansia desmedidas de alcanzar el Gobierno. Han
roto las más elementales nociones del sentido de Estado, incumpliendo la práctica
de defender, o, al menos, no vituperar las acciones gubernamentales en foros
extranjeros, no dudando en aliarse con países partidarios de restringir las
ayudas a España para salir de la crisis provocada por la pandemia, y en hacer
propaganda para que no aprobasen en el Parlamento Europeo las líneas que hacían
viables los Presupuestos Generables del Estado.
No hace falta
hablar del chalaneo para renovar algunos órganos fundamentales para la buena
marcha de la nación, y del boicot a la renovación del Tribunal Supremo en total
oposición a la letra y al espíritu de la Constitución.
Además de todo
esto, se nos muere Almudena Grandes ¿Comprenden que esté harto?