A raíz de la fecha de ayer (14 de abril),
me gustaría exponer unas reflexiones que me vengo haciendo desde hace ya algún tiempo,
pero creo que ahora pueden ser especialmente oportunas.
Como primera providencia, quiero hacer
constar que no creo en ningún poder que dimane de entes sobrenaturales y sí de
los que eligen las personas, por tanto no puedo menos, para ser coherente
conmigo mismo, que sentirme y ser republicano. Una vez expuesto este punto,
paso al tema del escrito.
Empieza a haber un deseo larvado en la
sociedad de cambio del régimen de Jefatura del Estado, sobre todo después del
asesinato del elefante en Botsuana, y ligado al resto de actuaciones
posteriores de la familia Borbón y afines. Este deseo está centrado, sobre todo,
en círculos izquierdistas, partidarios de la finalización de la monarquía y la
consecuente instauración de una república.
Hace unos pocos años, el sentir
monárquico, o más bien “juancarlista”, era mayoritario en la sociedad española,
e, incluso, algunos que se manifestaban republicanos afirmaban que, si Juan
Carlos I se presentase para Presidente de la República, no tendrían ningún
problema ético para respaldar su candidatura con su voto.
La evolución del cambio fue bastante
rápida: Empezó, como ya he dicho antes, con la muerte del elefante, las
correrías nocturnas del monarca, y su consiguiente rotura de fémur. Siguió con
la apertura de la veda en las informaciones de los medios, que destaparon lo
que eran secretos a voces. Se empezó a dejar de reírle las “gracias”. El
representante de la unidad familiar resultó que no era tal. Y, de ser un dato
conocido que le tuvieron que prestar para ir a pedir la mano de la que fue su
esposa, se pasó alas informaciones de medios extranjeros sobre que disponía de
una de las mayores fortunas de España y sobre las andanzas de sus peligrosas
amistades.
Pero no ha sido el Rey Emérito el gran valedor
de la causa republicana. Su hija mayor, con “el cese temporal de la
convivencia” causó una brecha en las más tradicionales familias, aliadas
naturales de la monarquía. Pero donde se llegó a uno de los puntos culminantes
fue con su otra hija y su marido, por las, seamos clementes y llamémoslas,
irregularidades empresariales y financieras.
Este caso además de lo que en si
representa, que ya es bastante, indica el tipo de ética que se gastan: No se
les exige que devuelvan el dinero obtenido con su particular forma de hacer
negocio, se les manda lejos para intentar cubrir con la distancia el escándalo
que se puede avecinar.
Ya no hablemos de la actual reina, con
los modales que se gasta, cuando se olvida de lo que representa como figura
institucional, que suele ser a menudo, no dándose cuenta que su situación se la
debe a esos plebeyos que se ofenden cuando a un imputado le llama “compi yogui”
y califica a todo y todos de “merde”.
Pero a pesar de que cada vez se ve más
cerca el cambio a una república, a mi no dejan de preocuparme algunas
cuestiones:
Una, el posible desencanto de la
ciudadanía cuando vea que todos los problemas que nos aquejan no se solucionan
con el simple relevo de un Rey por un Presidente de la República.
Mi otra gran preocupación es: Si somos
capaces de elegir Alcaldes que prevarican, Presidentes de Diputaciones que sólo
se dedican a subirse los sueldos o hacer aeropuertos sin aviones, Presidentes
Autonómicos que sólo velan por sus propios y particulares intereses cuando no
llegan a delinquir o a dar mayorías a partidos con presuntas cajas B y que
también están investigados (imputados) por, presuntamente, obstaculizar la
labor de la justicia, y a Presidentes de Gobierno que juran amor eterno a
delincuentes, y que dicen inspirar su labor gubernamental en delincuentes
condenados en firme: ¿Hay alguna razón por la que
sabremos elegir a un Presidente de República digno y honrado?
Al menos, en vez de tener a un Jefe de
Estado a perpetuidad y heredero directo de otro anterior, tendríamos la
probabilidad de acertar alguna vez en las elecciones sucesivas.
Publicado en El Periscopi el 15 04 2016
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