Creo que todos
tenemos claro, excepto cuatro “iluminados” entre los grupos de oposición al
gobierno y algunos mono neuronales que les escuchan, que la gestión de la
situación generada por la pandemia es una labor ardua y complicada.
Lo es por diferentes
razones:
1º) No hay referentes actuales sobre cómo actuar
sanitariamente ante esta situación, ya que la anterior crisis sanitaria de esta
magnitud fue hace poco más de un siglo.
2º) No hay modelos válidos de actuaciones políticas
en situaciones similares que puedan servir de pauta.
3º) Por el boicot permanente y sistemático del
principal partido de la oposición, criticando todas las disposiciones y
rechazando hacer una oposición responsable.
4º) Por la contradicción, en teoría irreconciliable,
entre las formas posibles de actuar contra la pandemia y sus efectos.
De los tres
primeros puntos he escrito en semanas anteriores, así que les evito el trabajo
de volver a leer mis opiniones al respecto. Por tanto, centrémonos en el cuarto
punto.
En tanto se pueda
lograr una vacuna eficaz, segura y de uso universal, o haya un tratamiento con
las mismas condiciones, hay dos posturas que pueden tomar lCos dirigentes de
los países:
a a)
Como
está demostrado con cifras en diferentes países del mundo que la única manera
de atajar el virus es romper la cadena de contagios, una opción es el
confinamiento de la población y el cierre de fronteras. Está postura, que
sanitariamente es la deseada, tiene como contrapartida el hundimiento económico
por la caída de la producción y el comercio.
b b)
Primar
la Economía y no adoptar medidas restrictivas en la comunicación, los
desplazamientos y el comercio, medidas que tienen como contraprestación un elevado
número de muertos y contagiados que no cesan. Véase los tres países paladines de
esta postura: EE.UU., Brasil, y Gran Bretaña. Esta última tomó algunas medidas
sanitarias tras el contagio de su primer Ministro, Boris Johnson.
Ante estas posturas extremas, una vez pasada la cima
de contagios y fallecimientos, los gobiernos, principalmente los europeos, se
han inclinado por una posición más pragmática: mantener algunos aspectos
profilácticos, encomendando a la responsabilidad de sus ciudadanos su
cumplimiento, y liberar, en gran parte
todos o casi todos, los procesos productivos, y así recuperar las diferentes
economías nacionales.
¿Qué ha pasado en España?
En general, la población ha respondido con
responsabilidad, salvo una ínfima parte que, por algún extraño mecanismo de su
mente, o bien se creen inmunes, o bien creen que su libertad para celebrar sus tumultuosas
reuniones es superior al derecho a no contagiarse del resto de la sociedad.
Pero, además de este problema, que seguramente es
también el del resto de los países, aquí tenemos un problema añadido: nuestro
monocultivo económico.
Directa o indirectamente, la economía del país
depende del turismo. Sin embargo, no se ha sabido cuidar, y hay zonas que se
han convertido en “casas de tolerancia y mancebía”. Concretamente, en Mallorca
en Punta Ballena (Calvià) y en las calles conocidas como del jamón y la de la
cerveza (s’Arenal-Llucmajor), campos de borracheras y desmanes de ingleses y alemanes
respectivamente.
Ahora toca ponerse las pilas a las fuerzas de orden
público, y estar a la altura que las circunstancias, tras los incidentes
lamentables e incontrolados del fin de semana pasado. Por su parte, la Delegación
del Gobierno ha actuado de forma contundente, cerrando los establecimientos de
las zonas citadas, donde se proveían de alcohol. Esperemos que las medidas sean
las adecuadas, y que estén bien ejecutadas ante los previsibles actos
vandálicos que se intentarán realizar el próximo fin de semana.
Para terminar, les anuncio que voy a tomarme unas semanas
de descanso. De forma que si no ocurre algo muy significado, me despido hasta
el primer viernes de septiembre.