Debo reconocer que
uno de los oficios que nunca hubiera
podido ejercer dignamente es el de “tertuliano de debates televisivos”. Existen
infinidad de materias que desconozco, o tengo muy someros conocimientos sobre
ellas. Al contrario de los que ejercen dicho cometido, que poseen conocimientos
enciclopédicos sobre cualquier tema que se trate, y pueden opinar dogmáticamente
sea cual sea el tema del debate.
Hasta fechas muy
recientes, aparte de que la ribera del Mar Caspio era un destino turístico para
rusos y resto de los naturales de esa parte del mundo, por la bonanza de su
climatología en contraste con la de las zonas aledañas, poco sabía de esa zona
del mundo.
A raíz de un
anuncio sobre un crucero turístico por sus costas, cuyo atractivo principal era
que a bordo iría una orquesta sinfónica que ofrecería conciertos todas las
veladas, indagué un poco, encontrando, casi exclusivamente, recetas de pollo al
estilo Kiev. Entre el precio prohibitivo del viaje, y el episodio de la
ocupación de la península de Crimea por parte rusa, y la tensión que originó,
desistí del viaje.
Este era
prácticamente mi nivel de cocimientos acerca de ese país. Salvo un par de situaciones
que presentan una ligera relación con Ucrania.
Uno muy tangencial:
durante unas cuantas semanas, un par de residentes o naturales del país
estuvieron siguiendo este blog, y, al igual que empezaron a seguirlo, dejaron
de hacerlo.
La otra fue más
personal, pues tuve unos alumnos ucranianos en uno de los cursos que impartí de
“Español para emigrantes”, y con uno de ellos mantengo relaciones epistolares
esporádicas.
Como se puede ver,
es muy poco bagaje para tomar claramente partido por esa nación. Tanto más
cuando he visitado Rusia, he leído a sus clásicos, conozco su música y amo su
ballet. Además, soy capaz de entender algo (muy poco) escritos en ruso.
Con estos
antecedentes, y el escrito en este mismo blog de la pasada semana sobre mi
postura personal con referencia a la violencia en general, a primera vista
cabría esperar una ligera inclinación hacia las tesis rusas, o una tibia
equidistancia. Nada más lejos de la realidad.
Si hay algo que no
soporto, y que me subleva, son las actitudes chulescas de los matones de
discoteca poligonera. Putin, al igual que ellos, no duda en agredir cuando se
sabe en superioridad numérica o circunstancial. Utilizan armas contra los
indefensos, ya sea (según el caso) cuchillos, porras o puños americanos, o
misiles cañones y tanques. Todo les vale para intentar que prevalezca su tiránica
vesania.
Hay una frase muy
comentada y real que dice: “En una guerra, la primera víctima es la verdad”.
Por esta razón, y por mis limitaciones de acceso a fuentes fidedignas y
contrastadas, no sé si alguna de las cuestiones alegadas por el Dictador ruso
tiene alguna base real, pero, incluso en el hipotético caso de que así fuese, el
uso de la fuerza, la invasión de un Estado soberano, y, sobre todo, el ataque
indiscriminado a la población civil le quita toda credibilidad y legitimidad a
sus palabras y actos.
Retomando su matonismo,
el problema para la humanidad es que, si se siente frustrado en su egolatría,
puede recordar que tiene un bien surtido arsenal nuclear a su disposición.