No suelo consumir ciencia ficción en ninguna de sus
especialidades, pero, por una vez, me apetece entrar en lo que podríamos llamar
“Política Ficción” ¿Y que mejor ocasión para hacerlo que ahora?
No conozco bien las claves para este tipo de relatos, pero creo
que puede ser algo así: a partir de un hecho real y otro ficticio, se mezclan
los dos, y ya veremos que resulta. Sin más dilación, empecemos:
El día 27 de octubre del año del señor de 2017 el Parlament
declara a Catalunya Estado Independiente en forma de República (hecho cierto y
real). El mismo día, y con una pequeña diferencia horaria, el Gobierno, el PP,
P(SO)E y C’s deciden que están hartos del tema, y ,en consecuencia, no
presentan para su aprobación por el Senado Español el artículo 155 de la
Constitución Española, y, por tanto, dejan a Catalunya a su aire (cosa que,
como ya habrán supuesto, es el hecho ficticio) para que se arreglen como
puedan, quieran, y sepan.
Lo primero que se encontrarían es que no tendrían una moneda
de curso legal. Claro que, de momento, esto no sería problema ya que podrían
seguir usando el euro como instrumento de cambio. Pero claro, esta moneda es de
papel, y sufre un deterioro físico, y, además, terminaría la en su gran
mayoría en manos de los proveedores. Así que sería necesario, o bien que la UE
les autorizara a entrar en su sistema monetario a pesar de no ser miembros,
cosa que ya pasa con El Vaticano, pero siempre que cumplieran unas condiciones que
podrían ser draconianas; o bien, decantarse por crear una moneda propia, y
lograr que la considerasen convertible, también con las condiciones de las
autoridades monetarias mundiales estableciesen. Lógicamente, si quisieran que
fuese convertible no podrían tirar de imprenta al ritmo que quisieran, si no al
ritmo que pudiesen garantizar.
Ante este problema con la moneda, como la ruptura fue
unilateral y sin convenio alguno, España no querría hacerse cargo ni de sueldos
de funcionarios, ni de ningún tipo de gasto social como podrían ser: enseñanza
pública, sanidad, dependencia o pensiones, que ahora se cubren con las
transferencias o por pago directo.
Aquí se podría replicar: “Bueno, para eso están los impuestos”.
Pero ¿Qué impuestos? Si se rompe con España, no se puede, o, al menos, no sería
coherente que siguiesen exactamente la directiva de la Hacienda española, por
lo que habría que hacer una nueva. Y no olvidemos que en cualquier democracia
las leyes no pueden tener carácter retrospectivo en aquello que perjudique al
ciudadano, así que, a partir ese hipotético día 27 de octubre, hasta el día en que
se publicase la nueva normativa sobre la fiscalidad, nadie estaría obligado a
pagar ningún tipo de tributo
Pero atención, no sólo me refiero a la cuestión tributaria.
Me tengo que referir a todo el cuerpo legal necesario para el funcionamiento de
una nación, a pesar de lo que puedan pensar los anarquistas. Vayamos a la parte
penal, que puede resultar lo más llamativo de la cuestión. Si no está
tipificado en una ley, ¿Por qué no se va a robar al vecino, o a prenderle fuego
a su casa? Se podría alegar que todos tenemos un código ético ¿Todos? ¿Todas
las conductas se pueden regular por lo que podríamos denominar como Derecho
Natural? ¿Entonces para qué hay policía? ¿Para qué un sistema represivo contra
el que delinque? Y no olvidemos que si no está penado en forma y modo, no hay
delito, y si no hay delito no se puede reprimir legalmente ¿No tendríamos un nuevo
Far West (Llunya Oest) donde se tendría que ir con el Colt 45 al cinto?
Pero he puesto sólo ejemplos de tipo penal, y no olvidemos
que, para todos los aspectos de la vida social, hay leyes o códigos de obligado
cumplimento, en la circulación, en el ámbito laboral, en el comercial, y en
cualquier otro que se nos ocurra.
Pero si Catalunya es un Estado independiente ¿Puede y debe
regirse por las leyes del Estado que acaba de abandonar? En mi opinión no, ya
que si todas su leyes son correctas, su desarrollo impecable, y su tributación
no tiene problemas ¿Cuál es la causa para pegar el portazo?
Ya no quiero entrar, por no repetirme, en otras cuestiones
como fronteras, transportes, aranceles, suministros industriales, e infinidad que temas que quedan al aire.
En conclusión, si se quiere la independencia, cuestión
a la que no tengo nada que alegar, hay que prepararla con mucho cuidado, tener
todo previsto, sin cabos suelto. Pero, en las condiciones que se ha hecho, a mí
me recuerda el viejo chiste que concluye con: “virgencita, virgencita que me quede
como